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Dr. Pablo Yurman *


La Capital Sábado 04 de Marzo de 2017

http://www.lacapital.com.ar/opinion/la-desobediencia-belgrano-n1350862.html

LA DESOBEDIENCIA DE BELGRANO

por Pablo Yurman (*) / Especial para La Capital

El 27 de febrero de 1812, en Rosario se izó por primera vez la bandera. No fue una acción aislada del prócer sino una decisión política que, incluso, contradijo las órdenes del Triunvirato

El 27 de febrero de 1812, el General Manuel Belgrano mandó izar por primera vez la bandera que a partir de entonces identificaría a nuestro país. Eligió un poblado poco habitado, la villa del Rosario, pero enclavado en un lugar estratégico a orillas del río Paraná. El sitio elegido se hallaba en inmediaciones de donde se emplaza el Monumento Nacional a la Bandera.

El gesto de Belgrano, como es fácil imaginar, entusiasmó al vecindario de pocos cientos de pobladores y, como veremos, no fue improvisado ni puramente sentimental. La creación de la bandera nacional constituiría uno de varios signos y acciones adoptadas por el prócer que, interpretando un anhelo profundo de buena parte del pueblo, se enfrentaría con un poder central embarcado, acaso, en un proyecto de país distinto.

Decíamos que el apoyo de los rosarinos a la presencia de Belgrano al frente de un ejército procedente de Buenos Aires había sido contundente desde los primeros días de febrero de aquel año, cuando el contingente arribó al modesto caserío. Belgrano, abogado de profesión, vestía el uniforme militar que las circunstancias le habían impuesto, había adquirido experiencia en el combate durante su campaña de 1811 al Paraguay, ocasión en la que tuvo contacto directo con los pueblos del interior profundo, evadiéndose del microclima político de la capital. Tenía órdenes de impedir las incursiones de saqueo que las naves realistas llevaban a cabo desde su apostadero en Montevideo, remontando los ríos Paraná y Uruguay y asolando a las poblaciones desprotegidas.

De esa necesidad de poner freno al enemigo surge su plan de edificar dos baterías, una a cada lado del río, a la altura de nuestra ciudad. Muchos vecinos ayudaron decididamente al general en su empresa: Catalina Echevarría de Vidal y otras damas tuvieron el honor de bordar la primera bandera de la Patria; el cura párroco Julián Navarro bendijo la enseña, y Cosme Maciel se convirtió en el primer abanderado en izarla ante la mirada de la tropa formada y el pueblo de la ciudad.

Aún persiste la polémica por los colores de la bandera que se izó aquel 27 de febrero de 1812. En nota dirigida al Triunvirato, Belgrano dice que "siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la escarapela nacional", pero la referencia a los colores de la escarapela nacional confunde, al ser éstos azul y blanco.

Pero con independencia de los colores y de otros detalles relativos a la bandera en cuanto símbolo patrio, lo que quizás corresponda sea reflexionar sobre el gesto en sí mismo y sus necesarias consecuencias en el particular momento de la política nacional de entonces.

La actitud decidida del creador de la Bandera adquiere las formas de una desobediencia contra las autoridades residentes en Buenos Aires. Pero se trató de una feliz y afortunada insubordinación.

Para comprender el gesto debe considerarse que para 1812 la Revolución de Mayo había perdido el rumbo y el enfrentamiento con los realistas ponía blanco sobre negro la necesidad de dar el paso audaz que aún no se había tomado, que era la declaración de la independencia. Por eso la creación de una bandera propia debe valorarse junto con otra actitud en el mismo sentido: los nombres de las dos baterías serían Libertad e Independencia.

Y precisamente por haber sido lo del 27 de febrero un acto de contenido político bien definido, se entiende la respuesta que le hace llegar el propio Triunvirato, de la pluma de su secretario Bernardino Rivadavia, sugiriéndole que hiciera pasar el episodio de Rosario como "un rapto de entusiasmo" debiendo "guardarla [la bandera] cuidadosamente".

Frente a la conducta belgraniana en Rosario, la respuesta rivadaviana sería igualmente política, aunque en sentido contrario. Es que en Buenos Aires existían sectores que, deseosos de un posible entendimiento con el embajador británico en Río de Janeiro, Lord Ponsonby, y la corona de Portugal residente en dicha ciudad brasileña, se mostraban dóciles a las sugerencias de evitar una ruptura visible con España. Para esos sectores, una bandera nacional azul y blanca incomodaba y lo de Belgrano y los vecinos de Rosario no merecía más que la indiferencia.

El contrapunto entre Belgrano y Rivadavia con motivo de la creación de la bandera nacional no será el único entre ambos. Meses después, estando aquél al frente del Ejército del Norte, asediado por la invasión realista, recibe órdenes del gobierno de retroceder hasta Córdoba, lo que causa alarma generalizada en las poblaciones y es refutado por Belgrano alertando al secretario que dejar todo nuestro Noroeste al enemigo haría imposible su posterior recuperación. El prócer detuvo el avance realista en la espectacular victoria de Tucumán, reforzada en 1813 con otro contundente triunfo en Salta. Otra feliz desobediencia suya gracias a la cual se salvó para siempre esa importante porción de nuestro territorio.

En síntesis, la creación, bendición e izamiento de la Bandera Nacional en Rosario por inspiración de Manuel Belgrano puso en evidencia dos modelos antagónicos. El que él interpretaba, privilegiaba los intereses comunes de todos los pueblos del ex virreinato y apostaba a una independencia absoluta, con miras de continentalizar luego la revolución iniciada en Buenos Aires. El otro, habría de priorizar los intereses facciosos de los comerciantes de la ciudad puerto, dóciles, cuando no directamente atados, a la política exterior del poder hegemónico del momento, el Imperio Británico.

(*) Doctor en Derecho. Director del Centro de Estudios de Historia Constitucional Argentina "Dr. Sergio Díaz de Brito", Facultad de Derecho UNR.

 


Viernes 08 de Julio de 2016

EL PROYECTO MONÁRQUICO DE BELGRANO

 

9 de Julio. Los congresales reunidos en Tucumán debatieron propuestas sobre la forma de Estado a adoptar luego de la declaración de la independencia. El creador de la Bandera proponía para presidirlo a un legítimo descendiente de los antiguos emperadores incas.

El 6 de julio de 1816, los congresales reunidos en Tucumán escucharon, en sesión secreta, al general Manuel Belgrano, a quien se le había solicitado que expresara su parecer sobre la forma de Estado a adoptar luego de la declaración formal de la independencia. Es bastante conocida su opción por una monarquía constitucional que, presidida por un descendiente legítimo de los antiguos emperadores incas, tuviera por sede la mítica ciudad del Cuzco, en territorio del Perú.

La idea de Belgrano, que contó con la adhesión de figuras emblemáticas como Güemes y San Martín, y fue adoptada por no pocos congresales en los debates que siguieron, merece una reflexión a dos siglos de aquellos sucesos, sobre todo teniendo presente que formaba parte de un plan claramente dirigido a continentalizar la revolución iniciada pocos años antes pero que, anclada en una visión portuaria, daba señales de claro estancamiento.

En efecto, en primer lugar cabe destacar que circunscribir la declaración de la independencia del 9 de julio a lo que hoy conocemos como Argentina supone reducirla injustamente, carece de respaldo histórico serio y no da suficiente cuenta de lo que ocurría en esos días. El Congreso declaró la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, no del "Río de la Plata" como era la expresión corriente desde 1810. A ello se suma un dato para nada menor. En caso de prosperar el plan sugerido por Belgrano, la futura capital sería la ciudad del Cuzco, en territorio del entonces Virreinato del Perú, esto es, fuera de los límites del ex Virreinato del Río de la Plata, lo que en los hechos hablaba a las claras de trasladar el centro del poder político de la ciudad puerto de Buenos Aires, cuyo protagonismo se había acrecentado vertiginosamente pero sólo en los últimos años, al interior profundo de la América española, más poblado, con mayores riquezas naturales y hasta dotado de universidades erigidas hacía siglos.

Asimismo, la sugerencia de Belgrano se vinculaba de manera concreta con el proyecto que en pocos meses iniciaría el general San Martín desde Cuyo, cruzando los Andes para liberar Chile, Perú y Ecuador, empresa que el Libertador no cumplió al frente del Ejército Argentino (aunque podría haberlo hecho) sino del Ejército de los Andes, enarbolando su propia bandera, que no era la argentina. Es significativo que una de las instrucciones dadas por el Congreso le exigía expresamente el envío de diputados al Congreso por parte de los países liberados, "a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causa, intereses y objeto, constituya una sola nación".

Pero, ¿por qué una monarquía incaica? El proyecto de Belgrano ganó, como se señaló, muchas adhesiones. Pero fue duramente criticado fundamentalmente desde la prensa porteña y, posteriormente, fulminado por Mitre en su obra "Historia de Belgrano y de la independencia argentina", en la que afirma, entre otras cosas, que "si bien a este plan no puede negarse grandiosidad y buena intención es imposible concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, ni aun para su tiempo". Uno de los congresales por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, dirá que tuvo que reprimir su sentimiento de rechazo al escuchar la idea belgraniana de un rey inca, refiriendo posteriormente su espanto ante la posibilidad de ser gobernados "por un miembro de la casta de los chocolates". También Bernardino Rivadavia expresó su desorientación por semejante propuesta.

Ahora bien, ¿era sólo racismo lo que generaba rechazo entre algunos políticos de entonces o había razones más de fondo para oponerse al proyecto? Por un lado, la idea de un gobierno monárquico no era, en sí misma, trasnochada por entonces, puesto que la inmensa mayoría de los pueblos del mundo vivían bajo sistemas monárquicos, y además era asociada a un requerimiento fundamental de la hora: el orden, elemento del que las provincias carecían desde años a esta parte. Tampoco parece que fueran pruritos republicanos los que alentaban a algunos a oponerse al plan monárquico toda vez que como bien apunta Alberto Lapolla, Anchorena y algunos otros "aceptarán luego de buen grado la propuesta de coronar al príncipe de Lucca o a algún miembro de la familia real española."

Sin pretender aquí profundizar en este aspecto, acaso Belgrano apostara a vencer una clara resistencia a la Revolución de Mayo que él mismo había notado frente a los ejércitos que le tocó comandar: los pueblos indios engrosaban en buena medida los ejércitos realistas al grito de "Viva el Rey".

El plan monárquico con sede en Cuzco no prosperó y la gesta emancipadora tendiente a concretar los Estados Unidos de Sudamérica, conservando de ese modo la unidad de los territorios españoles librados a su suerte con el colapso del imperio, habría de naufragar en un proceso de balcanización en diez estados, que incluso pudo ser más profundo. El poder quedó, como diría el pensador uruguayo Methol Ferré, para las "polis oligárquicas portuarias" en detrimento del interior profundo cada vez más empobrecido por la adopción, como política económica incuestionable, del libre cambio.

La contracara la tenemos en el Brasil, que adoptaría la monarquía (sistema que conservó hasta 1889) y que es definido por Luis Moniz Bandeira como "la América lusitana que, a diferencia de la española, no se desintegró".

 

ver publicacion en:  http://www.lacapital.com.ar/agroclave/el-proyecto-monarquico-belgrano-n1187569.html

 

Pablo Yurman (*) Doctor en Derecho para LA CAPITAL