SERVICIOS CULTURALES


AÑO 2020    año belgraniano

Dr. Roque Sanguinetti *



año 2017 - 2018

Dr. Roque Sanguinetti *


Mes de Junio de 2017


 

La “Diosa Razón” en el

 

Monumento a la Bandera

 

Por Roque A. Sanguinetti

04 de junio de 2017

                                            

I

         En los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa, bajo el dominio del jacobinismo y durante el reinado del Terror, decenas de miles de personas fueron asesinadas o ejecutadas en la guillotina. Al mismo tiempo  se instauraban en París los cultos de La Razón y “El Ser Supremo”. El Terror se extendió después a las zonas de  Vendea y Bretaña donde cerca de quinientos mil católicos y realistas de toda edad fueron exterminados, en uno de los peores genocidios de la historia, hoy poco recordado, o mejor dicho, silenciado intencionalmente.

        En 1792 Pierre Gaspard de Chaumette (apodado Anaxágoras) fue elegido Procurador Sindical de la Comuna. Violento y adicto a una represión sin límites, se dedicó a aplicar el Terror y a perseguir la religión. Ordenó cerrar las iglesias de París y prohibió el culto católico, al que el Comité de Salud Pública entonces sustituyó por el de “El Ser Supremo”.

        El 10 de noviembre de 1793, la Convención Francesa, a sugerencia de Chaumette, proclamó la “Diosa de la Razón” o “Diosa Razón”, y el mismo Chaumette organizó la Fiesta de la Razón. Se eligió a una joven mujer, Marie-Thérèse Davoux, como personificación de la diosa, se la paseó en triunfo por las calles en un trono con guirnaldas y se la entronizó y adoró en Notre Dame de París, sobre el altar mayor de esa Catedral que como otras iglesias había sido saqueada y devastada, y en este caso convertida en templo “A la Filosofía”. Las celebraciones fueron dirigidas por el mismo Procurador, que entonces llegó a la apoteosis de su  trayectoria.  

        Pero su poder y sus atropellos no duraron mucho tiempo. Una de las cosas por las que se caracterizó la sangrienta Revolución Francesa fue por devorarse a sus propios líderes, y el energúmeno Chaumette no fue la excepción: muy pronto, el 13 de abril de 1794, lo sentenciaron por “contrarrevolucionario” y esa misma tarde fue guillotinado.   

        En cuanto a Marie-Thérèse Davoux, la ex diosa fue olvidada por sus adoradores. Vivió hasta los noventa años y pasó su vejez en provincia, como una mendiga desdentada y encorvada que vestía con harapos y caminaba apoyada en un palo. En 1802 Napoleón había devuelto la libertad de cultos, y cuando pasaba un sacerdote ella le pedía la bendición. Por las noches volvía a la soledad de un cuartucho miserable. Murió asistida por la beneficencia católica.

         Tan lejos de las pompas de la “Diosa Razón” que encarnó en los festejos. Como se puede ver en grabados de la época, la imagen de esta es la de una mujer ubicada en un sitial elevado, que cubre su cabeza con un gorro frigio, usa largas vestiduras y en su mano derecha porta una lanza. Una imagen que no nos ha de resultar del todo desconocida.

 

II

          Pasado un tiempo  la monarquía se había restablecido en Francia.

        En julio de 1830 se produjo una revolución que duró apenas tres días: Carlos X fue expulsado y sustituido por Felipe de Orleans, llamado “el rey burgués”, con el que accedió al poder la burguesía liberal, aunque no se reinstauró la república.  

         Eugene Delacroix, en el famoso cuadro “La libertad guiando al pueblo” que está en el Museo del Louvre, pintó una escena simbólica de esa revuelta. “Si no he luchado por la patria, al menos pintaré para ella” había dicho Delacroix al comenzar la obra, que es considerada el primer cuadro político de la pintura moderna y fue realizado en el mismo año de 1830.  

        Y un tanto vanidosamente y faltando a la verdad histórica el pintor se autorretrata como combatiente, armado con un fusil, en un sitio prominente del cuadro y de la lucha. Una valentía imaginaria. Está vestido con galera  y ropas burguesas, tal como correspondía a su propia clase social, y marcha junto a un andrajoso, como simbolizando la unión de las clases. Pero el conjunto lo encabeza la imagen de la Libertad, que avanza con los pechos descubiertos, largos vestidos ondulantes y gorro frigio, y que lleva en su mano derecha el asta con la bandera tricolor. Es indudable que esta imagen con sus elementos simbólicos deriva de la de aquella “Diosa Razón” creada por el infortunado Chaumette en el siglo anterior. Para corroborarlo, al fondo del cuadro se alcanza a divisar la catedral de Notre Dame, en una de cuyas torres ondea la bandera revolucionaria, como símbolo del sometimiento de la Iglesia.

                                                   

III

        Como es sabido, cuando Angel Guido hizo nuestro Monumento a la Bandera recurrió a dos de los principales escultores argentinos: Alfredo Bigatti y José Fioravanti, que se repartieron la creación de las estatuas.

        Alfredo Bigatti es el autor de “La Patria Abanderada”, la estatua insignia del Monumento ubicada en el frente del mismo sobre la proa. Bigatti había estudiado escultura en París y sin duda habrá caminado muchas veces las galerías del Louvre. Porque con toda evidencia “La Patria Abanderada” está inspirada en dos de las más conocidas obras de ese museo: la extraordinaria estatua griega “Victoria de Samotracia” y el antes citado cuadro de Delacroix, Como en éste, la mujer que en nuestro Monumento representa a la patria avanza al frente de la obra con los pechos descubiertos, largas vestiduras ondulantes, gorro frigio, y el asta con la bandera en su mano derecha.

 

IV

        No es mi intención quitarle méritos a la estatua de Bigatti, que sin duda ha heredado virtudes de la maravillosa “Victoria” de los griegos. Debo aclarar que personalmente considero esta imagen de nuestra patria  superior a “La Patria de la Fraternidad y el Amor”, la gigantesca obra de Fioravanti que está del otro lado de la torre del Monumento. No puedo evitar que esta segunda escultura me dé la impresión de ser la representación de uno esos ídolos de tríbus primitivas, y no llego a entender qué pensó al hacerla Fioravanti, por otra parte autor de buenas obras en el mismo Monumento, como “El Río Paraná” o “Los Andes” (y en Mar del Plata, de los “Lobos Marinos” de la explanada  del Casino).

        Sin embargo, y volviendo a La Patria Abanderada,  me resulta un tanto melancólico recordar que tenga en su genealogía el antecedente de esa tan lamentable “Diosa Razón”, a cuya imagen se asemeja y de la que creo no caben dudas de que proviene en línea directa. ¿Lo sabían Bigatti y Guido? ¿Era ya una inevitable y estereotipada forma de representar a la patria? ¿O invoca la ideología de la Revolución Francesa, de la que para bien o para mal estaba parcialmente impregnada nuestra Revolución de Mayo?

        Cosas que tiene el arte, siempre tan apasionante como conflictivo, pero teniendo en cuenta que nuestra estatua simboliza otros valores, o mejor dicho simboliza valores, uno trata de olvidar aquellos antecedentes y entonces tiende a admirar la belleza de la Samotracia rosarina

 


LA EXPERIENCIA ROSARINA DE PÍO NONO

 

                                                                           Por Dr. Roque A. Sanguinetti

 

Después de tres largos y azarosos meses de navegación en el bergantín Eloísa, el 4 de enero de 1824 desembarcaron en Buenos Aires el obispo Juan Muzi, su secretario el abate José Sallusti y el joven canónigo Juan María Mastai Feretti. Desde allí esos enviados del Vaticano debían viajar por tierra hasta Chile, donde Muzi había sido nombrado Vicario.

(Y en tan largo camino de huella existía una aldea situada frente al Paraná donde por primera vez, en el año 1812, el general Manuel Belgrano había izado la bandera argentina).

Bajaron del barco de noche, les alumbraron el recorrido con faroles y se alojaron en la fonda “Los Tres Reyes”, que era la mejor de la ciudad. Desde su llegada recibieron cálidas muestras de aprecio de la población, y una muchedumbre se agolpaba de día y de noche en el hospedaje. Pero en contraste sufrieron una fría hostilidad de parte de las autoridades porteñas. Por esa época gobernaban Buenos Aires Martín Rodríguez y su poderoso ministro Bernardino Rivadavia, que después fue Presidente.

Nadie podría imaginar entonces que uno de esos tres ignotos clérigos italianos alguna vez sería elegido Papa. Pero veintidós años después, el 16 de junio de 1846, Juan María Mastai Ferretti asumía el papado con el nombre de Pío IX, o como se lo llamó comúnmente, Pío Nono.

Fue el último “Papa Rey”, ya que con él terminó el poder  temporal de la Iglesia. En 1848, perseguido por las tropas garibaldinas, huyó de Roma disfrazado de monje y se refugió cerca de Nápoles. Volvió en 1850, ayudado por los ejércitos de Francia, pero los territorios papales se perdieron. Fue un firme defensor de la ortodoxia de la fe, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, dictó el controvertido “Syllabus” contra lo que consideraba errores modernos, convocó el concilio Vaticano I, reafirmó la autoridad papal y murió en 1878 a los 86 años después de ejercer el más largo pontificado de la historia después de San Pedro (31 años).

Volvamos al viaje a Sudamérica. Decíamos que mucha gente concurría al hospedaje. El futuro Papa llevaba un diario de viaje y anotó: “El gobierno y en particular un tal Rivadavia hicieron lo posible para sustraernos el tal concurso y finalmente nos intimaron la partida”.

Pero entre quienes fueron a saludarlos hubo alguien especial.  El 8 de enero llegó a “Los  Tres Reyes” un hombre moreno, de porte marcial y mirada vivaz, “en traje privado y sin divisa”, que no pudo entrar debido al gentío.  Al día siguiente volvió y pudo ser fue recibido por el obispo. Este personaje no era otro que el general José de San Martín, que estaba de paso en Buenos Aires ya camino al exilio, después de haber cruzado Los Andes con su ejército y de haber libertado a Chile y al Perú. Muzi escribió al Vaticano: “Esta mañana el señor general San Martín me honró con su visita y se puso a mi  entera disposición  para cuanto pudiera necesitar”.

La mañana del 16 de enero los viajeros dejaron Buenos Aires en un coche tirado por cuatro caballos seguido por otro en el que llevaban el equipaje y fueron despedidos por una multitud. Al salir, contemplaron inscripciones en las paredes referidas a Rivadavia, que entre otras cosas decían “Muera el hereje”.

Hicieron noche en Morón, siguieron por Luján, San Pedro y San Nicolás y según veremos al final, el 20 o el 21 de enero llegaron a Rosario. Continuaron por Fraile Muerto (Bell Ville), Río Cuarto y San Luis, arribando a Mendoza el 15 de febrero. Podríamos suponer las penurias de semejante viaje través de parajes inhóspitos, resumidas en un relato de Muzi: “Las postas donde uno se aloja son tugurios de barro donde entra el viento por todas partes y donde hay que reposar sobre el duro suelo, con insectos que atormentan durante toda la noche, el agua casi siempre turbia y la falta frecuente  de pan y vino”. Dura prueba para Muzi que sufría del estómago, para Sallusti que tenía un carácter inestable y fantasioso, y para Mastai que era hijo de condes.

Y todavía les faltaba cruzar a lomo de mula la cordillera por el paso de Uspallata para seguir a Santiago de Chile, atravesando las quebradas y los precipicios por donde pocos años antes pasara el ejército de San Martín. Sobre el cruce de Los Andes dice Mastai en su diario: “En cuatro sitios me dispuse para bien morir, los cuales atravesé con los ojos cerrados, dejándome guiar por una mula que montaba y recitando jaculatorias”.

Con respecto a Rivadavia también dejó escrito: “Es un grande enemigo de la religión y por consiguiente de Roma, del papa y del vicario apostólico” y “el principal ministro del infierno en  Sudamérica…”

Pío Nono inició en 1857 con el presidente Urquiza los vínculos diplomáticos entre nuestro país y el Vaticano. Ya anciano, a los argentinos que se llegaban a saludarlo les recordaba lugares como Luján, San Nicolás y Rosario, y también les manifestaba su admiración por el general San Martín, según acota Mitre.

Juan Pablo II lo beatificó en el año 2000 junto al recordado Juan XXIII que era admirador suyo, pero eso dio lugar a fuertes protestas de sectores “progresistas”, que se oponían a la exaltación de un pontífice tan ortodoxo. Durante el proceso su cuerpo se encontró incorrupto.

De su paso por Rosario quedaron algunos datos.

Cuatro años atrás la aldea había sido incendiada casi totalmente por tropas porteñas  y  desde el año anterior tenía el título de Villa del Rosario, al haber superado los mil habitantes. Las casas eran bajas, con paredes de adobe y pisos de tierra. Una sola arteria tenía nombre, la calle Real (hoy Buenos Aires). Podemos imaginar al obispo, al secretario y al futuro Papa bajando del coche en esa calle, frente a la primitiva  plaza, en pleno verano y cubiertos de polvo, ante la mirada curiosa de los pobladores. Se habrían alojado en la edificación adyacente a la ahora Catedral que entonces era una capilla.

             

 

El obispo Muzi relata “El día 20 llegué a tierras del Rosario. Debiendo parar durante todo aquel día, el párroco pidió la confirmación, que administré desde las seis de la tarde hasta las nueve”. Mastai, contradictoriamente, dice “En la mañana del día 21, día de Santa Inés, partimos (de la posta de Cañada de Calzada, cercana a San Nicolás) y llegamos a las diez a Rosario, pequeño pueblo de Santa Fe. Aquí supimos que a la distancia de 20 leguas hacía poco que habían aparecido los indios, pero que según la costumbre de aquellos bárbaros de venir al principiar la luna ahora no existía peligro alguno, pues nos encontrábamos en la menguante. Este pueblo tan pequeño queda sobre la ribera del río Paraná, donde hay una especie de puerto. En medio de dicho río se encuentran muchas islitas habitadas por tigres que no dañan al hombre y que huyen con facilidad, según me contó el párroco”. Con respecto a la confirmación dice que “resultó tan concurrida, con tantos chillidos de las criaturas y de la gente que  se echaba encima que fue grave fatiga para Monseñor y para quien lo asistía”. Por su parte  Sallusti comenta que “hizo la imposición de manos a unas cincuenta personas y luego confirmó a más de un millar”. Como notamos, tanta o más gente de la que tenía la Villa, salvo que Sallusti exagerara un poco.

Durante la estadía Mastai también habría celebrado misa en la capilla, que según Sarmiento tenía un altar “todo de plata” y donde se veneraba la imagen de la Virgen que dio su nombre a la ciudad, la misma que hoy está en la cripta de la Catedral.

De acuerdo a la crónica del futuro Papa partieron de aquel pequeño pueblo en la mañana del 22 de enero.

En el frente de la Catedral de Rosario hay una placa de bronce que, con algún error de fechas, dice: “En la primitiva capilla ha celebrado la Santa Misa el entonces Cgo. Juan M. Mastai Ferretti luego Pío IX durante su permanencia – 21 al 24 de enero de 1824 – en el Rosario de los Arroyos flamante Villa Ilustre y Fiel.”

 

 

                                           (Rosario, su Historia y Región, Nº 68, octubre de 2008.)


* Dr. Roque Sanguinetti  abogado, miembro del IBR